11 may 2017

La Grieta

La grieta


…por La Maga.
Este relato cortito lo escribí para la hermosa La Historia sin fin para la semana del miedo. Entren no se van a arrepentir. (https://escribeconnosotros.wordpress.com)
Caminé tan solo un par de metros y entonces la vi. Todo el mundo hablaba de ella, pero nadie jamás la había visto.
Sin embargo, ahí estaba: una grieta enorme… descomunal! En el medio de todo y de todos.
Era tan profunda y horrorosa que de solo sentirla tan cerca, helaba la piel. 
La gente parecía no percatarse de ella, caminaban inmutables a su lado, como si un hueco igual o quizás más grande ocupara ahora sus cabezas.
Me acerqué y sentí el vértigo. Odiaba estar al borde de las cosas, al menos de cosas tan grandes como esas.
Los de aquel lado, conversaban entre sí, se reían, algunos se abrazaban. Iban y venían pero nadie miraba hacia acá, nadie intentaba cruzarse. Por aquí la cosa era exactamente igual.
Decidí seguir de forma paralela la línea del precipicio hasta dar con alguna calle, un puente, una señal de que el mundo entero no había sido dividido en dos. Pero caminé por más de 10 km y no hallé nada. Ni una pizca de esperanza a lo largo del camino. Solo un helicóptero sobrevolaba la zona, cruzando aquella línea infinita.
A uno y otro lado la gente se movía con total normalidad. En cambio yo, empezaba a sentir el cansancio y el miedo nublaba poco a poco mis sentidos.
A mi derecha, un viejo bastante extraño se apoyaba en la esquina mientras fumaba un cigarrillo. Mantenía su mirada perdida en el otro lado y entonces supuse que él podría explicarme algo.
Me acerqué y le pregunté cómo podría cruzar del otro lado, pero enseguida contestó: “¿para que querés pasar al otro lado? No sabés que del otro lado está lleno de estúpidos?”.
Lo miré perturbada, pero el tipo apagó su cigarrillo y se alejó como si nada.
Miré hacía el frente con la idea de encontrar estúpidos, que se yo… pero a simple vista no pude reconocer a nadie. De repente y para mi desconcierto, vi a mi padre caminando por allí, luego a mi madre y a mi hermano. Mi familia entera estaba del otro lado.
Les grité desesperada, con todas mis fuerzas, con todas mis ganas. Ellos no escuchaban.
Me acerqué al borde, casi a un centímetro del vacío y volví a gritarles.
De pronto, mi madre se detuvo y me clavó su mirada, luego fue en busca de mi padre y entonces, ambos se agacharon, tomaron unas piedras y sin perder tiempo comenzaron a lanzármelas.
Nada los disuadía, ni mis gritos, ni mi llanto. Enseguida se sumaron algunos más y una lluvia de cascotes comenzó a equiparar, por fuera, el dolor que albergaba mi alma.
Vi, de nuevo, acercase por mi derecha al extraño viejo de la esquina. Llegó hasta mi, me miró con rabia, me tomó del hombro y me dijo: “ya ves… de este lado los estúpidos también abundan” y sin esperar respuestas, me empujó hacia la nada.

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